En la sociedad hablar de corrupción, ignorancia y del comportamiento de algunos ciudadanos que no cumplen la función para la cual fueron elegidos es algo dentro de lo común. Debido, a la percepción existencial que se tiene de las instituciones. Preferimos convertirnos en invidentes antes que investigar. De ahí, es que surgen personas con suficiente energía como para coaccionar a los demás entorno a sus objetivos. Utilizándolos como fichas de ajedrez, como medios y no como fin.
Para el sentir popular algunas de las ideas antes mencionadas son síntomas provocados por la falta de políticas públicas y el respeto a leyes. Rehuyendo a las responsabilidades de su participación en los procesos, considerando que es algo que siempre ha ocurrido en el transcurso del tiempo. Así pues, capitalizan una excusa de sumisión: “Todo es por la falta de moralidad, de ética a los principios que tienen que primar en la sociedad, lo cual no tenemos a causa de la impunidad”. Y efectivamente, con esta surge el juicio de valor, aquella opinión razonada sobre algo o alguna cosa, pero de manera subjetiva. En este caso hablamos de lo práctico, lo que tiende a definir el comportamiento de una organización, institución y hasta de una etnia social. Hablamos de una sociedad supersticiosa, la que contará con muchos individuos y en ella se manifestará un anhelo de individualidad, que en ciertas forma, aparentan ser necesarias para alcanzar la generalidad.
Por consiguiente, surgen personas que toman la superstición como un atajo para el “progreso” y el enriquecimiento a base de conductas ilícitas. Pues, con ello afirman la continuidad de un sistema individualista. Por lo que, cualquier comportamiento que vaya orientado a la supervivencia y la preservación de esas comodidades heredadas (en el caso de ser de una familia acomodada), es legitimada.
En cambio, en el caso de los “Niní”, es garantizar que las generaciones venideras de sus familiares y amigos puedan constar con herramientas para ascender a otra clase social. ¿A qué precio? sacrificando los privilegios, las oportunidades, la posibilidad de asociarse o organizarse —con otros— en una causa de bien común para toda la sociedad en sí.
En contraste con lo anterior, en Latinoamérica se tiende acusar de relajamiento a la sociedad en la cual la corrupción gana terreno. Por lo tanto, disminuye el aprecio a las revoluciones, a las insurgencias, a las ganas de un cambio en el sistema social y la participación de la sociedad en la toma de decisiones en políticas públicas. Mientras que, ahora se aspira a las comodidades de la vida con el mismo fervor con el que antes se aspiraba a los honores. Provocando esto, la pérdida de valores tradicionales tales como: el trabajo honrado, la responsabilidad social, el desinterés por lo material. Convirtiéndose en algo desfasado, alcaico que no está acorde a la práctica de los nuevos tiempo.
Sin embargo, hay investigaciones que evidencian a través de cantidades específicas la desigualdad que existe en las diferentes sociedades y esta puede ser la causa que muchas de ellas hayan perdido muchos valores que la identificaban. Un ejemplo de ello, es el resultado de una investigación que hiciera La Organización Internacional Del Trabajo (OIT), la cual dice: “La tasa de desempleo urbano entre los jóvenes latinoamericanos y caribeños llegó a 14,9%…”. Siendo los jóvenes la esperanza, el futuro de cada nación, de cada sociedad o familia que creyó y se afianzo en un mejor porvenir. Pero a esto la OIT, agrega que: “6 de cada 10 jóvenes que si consiguen ocupación se ven obligados a aceptar empleos en la economía informal, lo que en general implica malas condiciones de trabajo, sin protección ni derechos, y con bajos salarios y baja productividad”.
Hay que mencionar que a escala mundial, se estima que hay cerca de 75 millones de jóvenes desempleados de entre 15 y 24 años en 2012, un incremento de aproximadamente 4 millones desde 2007. Con llevando a la juventud a un futuro incierto, si es que espera la garantía de un empleo.
Por otro lado, dice el filosofo alemán Nietzsche Friedrich, en su obra La Gaya Ciencia: “…la necesidad de asegurarse contra los terribles vaivenes de la suerte hace que hasta las manos más nobles se ofrezcan en cuanto a un hombre (…) se muestre dispuesto a derramar en ellas su oro. Aquel hombre llega a un punto de expresar sus objetivos, de que quiere a cambio de las riquezas que ha distribuido entre los ciudadanos. —agrega que— con esto empieza la conformación de nuevas formas de liderazgos que tuvieron sus inicios hace siglos, desde antes de los romanos. Donde el dictador, los aristócratas o el supuesto demócrata piensan para sí y en sí mismo”. ¿A caso no lo fueron Trujillo, Santana y Báez en República Dominicana, Batista en Cuba, Hitler en Rusia…?
Napoleón, —ese emperador de los franceses— nos da una manera totalmente tradicional: “Tengo el derecho a contestar todas las quejas que me hagan con un eterno, “yo soy el que soy”. Yo estoy al margen de todos, no acepto condiciones de nadie. Deben someterse a todos mis caprichos y estimar como absolutamente natural que me entregue a tales cuales distracciones”.
Con tantos ejemplos de modelos de de liderazgos parecidos al de Napoleón y de Estados fallidos, creo que deberíamos tener suficientes experiencias acumuladas de lo que debe de ser un efectivo sistema democrático. Con ellos, una orientación clara sobre la conducta de un ciudadano ante tantos medios de disociación que existen. Todavía dudamos empoderarnos de los conocimientos, usando excusas como la humildad para rehuir a nuestros derechos de elegir y ser elegíos. Esta en nosotros ser esa autoridad que le dice basta a las malas prácticas, a las conductas irresponsables de algunos.
En lo concerniente al conocimiento, Nietzsche expresa: “En el momento en que percibe algo sorprendente, da media vuelta diciéndose: “Es un error. ¿Dónde tenía puesto mis sentidos? ¡Esto no puede ser verdad!”. Y desde ese instante, en lugar de volver a mirar al objeto más de cerca y de escuchar con mayor detenimiento, escapa como intimidado por el objeto insólito y trata de desechar sus pensamientos. Pues en él una ley interior que le hace decir: “No quiero ver nada que esté en contra del sentido común. ¿Estoy hecho yo para descubrir nuevas verdades? Demasiadas antiguas existen ya”.
Sin echar a un lado las ganas de vivir con su enfermizo conformismo, aunque sin garantía de que esta sea de calidad. Al elegir lo contrario, decidimos arrojar a un lado todo aquello que nos lleva a la muerte, lo que nos limita las ansias de continuar, los viejos caprichos de personajes que aun se reflejan en algunos líderes de la actualidad, pero que no tienen nada mas allá de sus objetivos unipersonal. Este honor de ser parte de la historia se lo han otorgado aquellos que administras las instituciones, organizaciones y etnias sociales.
Aquellos que le interesan que la sociedad continúe en ese círculo vicioso de nunca despertar. Peor es nuestra conducta. No buscamos la forma de romper con dicho paradigma.
Pase lo que pase no debemos de renunciar, siempre aspirar a un mudo mejor. Aunque aquella clase nos quiera negar nuestros derechos, aunque otros no quieran asumir su deber en la sociedad.
Hay que desprenderse de quienes nos limitan el progreso, esta sería la primera acción que demostrara que rompimos con ese estado de ingenuidad. De ese mismo modo, teniendo en cuenta que todo reto tiene sus resultados tanto a largo plazo como a corto plazo.
En nosotros la generación presente es que está el sostén de cada nación. Somos el reflejo del comportamiento de la generación pasada. No importa, si sacrificamos algunos anhelos o deseos personales, pues estas son de las cosas que nos llevan a renuncias a la satisfacción de cumplir con nuestro rol social. En el discurso, el hombre se muestra cortes e identificado con nuestras ideas y proyecto social. Pero, en el fondo solo busca que renunciemos a querer cambiar nuestra realidad y con ello la de los demás.
Zona de los archivos
Tags: #atajoprogreso, #generación, #juventud, #responsabilidad, #sociedad, #sociedadsupersticiosa